En 2015, en medio de una crisis económica terrible, las celebraciones del día del “Orgullo Gay” se vieron precedidas de la sentencia de la Corte Suprema de Usa que obligaba a los estados de la Unión a implantar el matrimonio homosexual, ya vigente en muchos de ellos, lo que aumentó aún más la alegría de los activistas de este colectivo. En España, país pionero en la legalización del matrimonio gay 10 años atrás, los edificios municipales de las ciudades más importantes se tiñen con los colores del arco iris, engalanados con numerosas banderas multicolores, en una muestra de institucionalización de este movimiento. Las universidades públicas mandan correos a sus trabajadores y estudiantes animándoles a sumarse a las celebraciones, se realizan campañas institucionales desde semanas atrás y hasta los museos incluyen visitas guiadas en “clave LGTBI”. El “orgullo gay” ya no es un día, sino toda una semana y los actos que se celebran se extienden durante todo un mes. Si antes mayo era el mes de la virgen María, ahora junio es el mes del orgullo gay.
Parece que las reivindicaciones de los grupos erigidos en defensores de los derechos de gays, lesbianas y transexuales se están llevando a cabo punto por punto con una velocidad sorprendente. A los éxitos de convocatoria de sus desfiles se suman éxitos políticos y judiciales sin precedentes. ¿Qué representan estos cambios legales y sociales? ¿Avanzamos a una sociedad más igualitaria y libre de discriminaciones o nos precipitamos hacia una decadencia moral y cultural?
Nadie duda de que los homosexuales sean personas con dignidad y derechos que merecen ser protegidos, y que las discriminaciones, estigmatizaciones y persecuciones que han sufrido en el pasado, y que sufren aún en muchas partes del mundo son inaceptables. Sin embargo el activismo de las asociaciones de homosexuales no parece limitarse a reclamar esta dignidad, sino que se adentra en exigir cambios sociales y jurídicos que afectan a nuestro derecho matrimonial y de familia y al propio concepto que manejamos de estas instituciones sociales.
Los debates sobre este tema, a menudo más emocionales que racionales, suelen acabar en una unanimidad políticamente correcta o en trifulcas airadas, con partes sincera o fingidamente ofendidas, en cuanto esta se rompe. Sin embargo, la cuestión merece ser abordada con todas sus consecuencias, desde la educación y el respeto, pero también desde la sinceridad.
HOMOSEXUALIDAD Y HOMOSEXUALISMO
En la actualidad en que vivimos y somos testigos de este momento histórico absolutamente contradictorio donde los hechos son convenientemente manipulados con fuertes campañas de deconstrucción del lenguaje el que adaptan convenientemente para impactar y de tanto repetir para ir fijando en el inconsciente colectivo ideas funcionales a la nueva reingeniería social en la que están empeñados organismos internacionales como también gobiernos y la clase política que en muchos casos aceptan por compromisos ideológicos otros por meros intereses de poder caen en mantener el lenguaje políticamente correcto.
Pero nos preguntamos qué está sucediendo en el Mundo Occidental? Los Cambios que raíz tienen y que objetivos finales buscan?
Sabemos que estamos en presencia de una tremenda contrarrevolución llamada marxismo cultural, que expande confusión que estamos viendo, y cabe preguntarse: ¿Qué es exactamente el marxismo cultural y cómo surge?
El marxismo cultural es obra de la Escuela de Frankfurt, es la estrategia para debilitar y de hecho exterminar el cristianismo y la cultura occidental. Una estrategia que ha tenido un éxito arrollador en Occidente.
A principios del siglo XX muchos radicales marxistas y anarquistas vieron con rabia cómo las masas no se levantaban en revolución sangrienta y espontanea por toda Europa.
El italiano comunista Antonio Gramsci decía que los obreros no se levantaban en revolución porque estaban impregnados de la cultura tradicional occidental en todas sus formes y síntomas:
Los hombres eran hombres y se comportaban como tales, las mujeres eran mujeres y se comportaban como tales, la gente creía en Dios, los europeos estaban orgullosos de su historia, los franceses seguían orgullosos de su imperio, los britanicos seguían orgullosos de su imperio, los españoles seguían orgullosos de haber colonizado un nuevo mundo, todos daban por seguro que la cristiandad era la verdadera religión y las otras religiones falsas.
Y todos seguían defendiendo que el ‘todo’ Occidental, desde Mozart a Davinci, de Copérnico a Cervantes, de San Alberto Magno a Mendel, desde Pasteur hasta Tesla, de Shakespeare a Volta y desde Wagner hasta Miguel Ángel, era superior a las otras culturas.
Esto era, según Gramsci, el freno mayor, el impedimento y barrera que no dejaba avanzar la revolución en Occidente.
Para contrarrestar esto, Gramsci decía que había que extirpar por todos los medios la cultura cristiana occidental en un “combate cultural”, al que él llamaba “camino largo” o “marcha larga”.
Esta “marcha larga” debía dirigirse hacia todas las instituciones: universidades, escuelas, museos, iglesias, seminarios, periódicos, revistas, hoy día también televisión, cine, etc. desde donde se propague una anti-cultura que acabe con los cimientos y las convicciones de la cultura cristiana occidental para que la gente, una vez debilitada en sus convicciones, se adhiera a los ideales marxistas que antes habían rechazado de forma natural.
Así pues nace la teoría (después puesta en práctica con increíble éxito como vemos hoy día) de que hay que destruir todo (y a todos) lo que defienda o promueva el cristianismo, la familia tradicional, el rol natural del hombre y la mujer, las etnias autóctonas europeas, la superioridad de la literatura, arte, y música europea, la creencia en Dios, el orgullo en la historia europea (especialmente la conquista y colonización de otros continentes, culturas y religiones), el hetero-sexualismo, y en fin todo lo que componía la cultura y realidad occidental cristiana.
Había que debilitar cual quinta columna, desde dentro, la cultura de Occidente, debilitar la creencia en Dios, en la Ley Natural, en el orden natural de la sociedad y había que defender todo lo que fuera anti cristiano, anti Europa, anti Occidente.
Para ello nada más conveniente que utilizar algunas de las ideas que Gramsci ha dejado para Conviene diferenciar entre estos dos conceptos para acometer cualquier análisis serio, ya que su confusión solo puede generar debates estériles. La homosexualidad es una orientación sexual, el homosexualismo una ideología política. Ni todos los homosexuales son homosexualistas, de hecho, algunos de los más significados activistas contra el matrimonio gay en Francia fueron reconocidos homosexuales, ni obviamente, todos los homosexualistas son homosexuales. En realidad, dado que el homosexualismo ha pasado en las últimas décadas a integrar la que podríamos llamar “ideología oficial políticamente correcta”, la inmensa mayoría de la población se adscribe al homosexualismo, aunque no lo llame de esa manera.
Según una reciente encuesta más del 80% de los españoles está a favor del matrimonio homosexual. Puede que la encuesta esté manipulada, práctica común para crear opinión y asentar las verdades oficiales, pero es incuestionable que la mayoría de la población acepta las tesis del homosexualismo, independientemente de cuál sea su orientación sexual.
Podemos adelantar, según lo visto, una primera definición provisional de homosexualismo, como la ideología en la que se funda la aceptación de las reivindicaciones de los colectivos que dicen defender los derechos de gays, lesbianas, transexuales y otras etiquetas como bisexuales o intersexuales, que ocasionalmente se añaden a las anteriores, a los que se suele denominar “lobby gay” o, como vemos más propiamente, “lobby homosexualista”. Obviamente para completar esta definición necesitamos saber en qué consisten tales reivindicaciones, en que se fundan y cuáles pueden ser las consecuencias de su aceptación social, política y jurídica. Lo que sí podemos observar ya, es que estamos hablando de una ideología social y política, por tanto, racionalmente cuestionable y susceptible de crítica. Discrepar del homosexualismo no es, en consecuencia, faltar al respeto o discriminar a los homosexuales, sino un derecho congruente con las libertades de pensamiento y expresión, y una exigencia del sano sentido crítico con el que deben abordarse las transformaciones sociales y más cuando estas derivan de “verdades oficiales” social, cuando no institucionalmente impuestas.

Somos un conjunto de ciudadanos, padres y madres, que frente a la política estatal de implantación de la ideología de género en la educación chilena, y consientes del derecho originario, natural y constitucional de los padres a ser los primeros educadores de sus hijos, nos unimos para exigir el respeto a este derecho inalienable, por parte del Estado, y de cualquier persona natural o jurídica, que nos lo conculque o incurra en omisiones que signifiquen lo mismo.