Cruda realidad / Me importa un rábano si Colón era un genocida o un héroe

La semana pasada, una horda muy bien organizada de podemitas ‘racializados’ asaltaron la emblemática estatua de Colón en los Jardines del Descubrimiento de Madrid y la dejaron como no digan dueñas de pintura, pintadas y carteles. Luego han ido rápidamente a las redes sociales a presumir de la hazaña. Uno de los grupos que ha reivindicado la acción, “movimiento antirracista y decolonial de Madrid”, anunciaba que “asaltamos la estatua de Colón para recordar que todo el proyecto europeo/occidental está cimentado sobre el genocidio y explotación de nuestros pueblos” y desde el que se pide prender “fuego al orden colonial”.

La respuesta de muchos de los indignados ante estas acciones, y ante la absoluta pasividad de las autoridades, ha sido desempolvar los libros de historia para poner las cosas en su sitio y mostrar que la acción de España en América bla, bla, bla.

No me malinterpreten: todo ese cúmulo de lecciones de Historia me encantan y las consumo con placer, pero me parecen en cierto sentido contraproducentes, porque implícitamente parecen reconocer que si se pudiera probar que Colón fue un sanguinario bastardo y la presencia española en América un crimen sin parangón, entonces no habría problema.

Por eso se me ocurre una solución increíblemente ingeniosa que he desarrollado tras largas noches de insomnio y reflexión profunda: aplicar la ley.

Ya, ya sé que suena anticuado y hasta pintoresco pero, de verdad, deberíamos probar.

Me aterra cuando, después de un crimen, leo sobre el magnífico ser humano que era la víctima, amigo de sus amigos, gran profesional y mejor persona. Porque el corolario tácito parece ser que si fuera un tipo antipático y mezquino no debería importarnos gran cosa que le cosieran a cuchilladas o le hundieran el occipucio con un bate de baseballRecuerdo cuando mataron de una paliza a Víctor Laínez y la mitad de la polémica era saber si era realmente ‘facha’ o no, como si el Código Penal reconociera un eximente en el homicidio por la ideología de la víctima.

Mi originalísima idea es ignorar todo eso. Mi luminosa sugerencia es que la policía detenga a quienes vulneran la ley y que la razón por la que afear con pintura una estatua es delito o falta no sea que el sujeto homenajeado merezca o no el reconocimiento público, sino que el patrimonio público no puede destruirse por el capricho de un grupo ideológico. Punto. ¿Demasiado radical?https://twitter.com/PaulaGuerra_C/status/1284226633117896704?s=20

Supongo que sí. La igualdad ante la ley se ha convertido en una broma, y en Estados Unidos, donde empiezan todas las tendencias, unos tienen permiso no solo para delinquir impunemente, sino incluso para saltarse a la torera los más draconianos confinamientos. Hasta los ‘expertos’ contribuyen en la farsa para explicar que los mítines de Trump son el principal foco imaginable de contagio del coronavirus, mientras que las continuas y multitudinarias marchas de Black Lives Matter son, si me apuran, hasta buenas para acabar con la pandemia.

En Nueva York la delincuencia violenta se ha disparado hasta límites desconocidos en décadas en estos días, mientras el alcalde Di Blasio, después de recortar drásticamente el presupuesto de la policía y maniatarles con condiciones de arresto imposibles, dedica 27 agentes a proteger un mural dedicado al difunto George Floyd.

En Albacete, los menas confinados por dar positivos muchos de ellos en coronavirus se escaparon tranquilamente de su centro y la liaron parda en la ciudad, como si fuera una plaza conquistada. Una vez más, es difícil contrarrestar una acción así con la contundencia con que se podría actuar contra, digamos, una marcha de Vox. Pero es de cajón que si la ley no es impuesta con claridad y su vulneración castigada automáticamente, se estará transmitiendo alto y claro que la ley no rige para según quién, y eso funcionará como poderoso incentivo para repetir. La ocupación, que empezó como un movimiento desesperado, por esa misma dinámica, va camino de convertirse en un plan de vivienda convencional para muchos.

El precio, pues, de dejar impune la hazaña de Colón es multiplicar las acciones de este tipo. Aunque quizá sea eso precisamente lo que muchos en el Ejecutivo desean.

actuall.com

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